Diciembre, 1991. El clima gélido en Beijing viste de blanco la noche. Es madrugada y las luces en la capital alumbran a medias las aceras. El silencio es tan profundo que se escucha. La brisa agrieta los rostros y el frío es tan extremo que quema. A las afueras de un complejo deportivo, una camioneta oscura, sin insignias ni distintivos reconocidos, aguarda por una señal pactada de antemano.
Dentro del establecimiento reina la quietud. No hay indicios de movimiento de ningún tipo. Las autoridades duermen y aún no saben que uno de sus grandes talentos está próximo a ser extirpado de sus entrañas. La camioneta detiene el motor y apaga las luces. El jovencísimo Wang Zhizhi, de solo 14 años, se despide de sus padres, dos ex jugadores de básquetbol, que alientan para corromper a su bien más preciado. Los ocupantes de la camioneta sonríen cuando lo ven llegar: pertenecen al Ejército Popular de Liberación y saben que esa gema de 2.10 metros de altura será un soldado elite. La piedra Rosetta de los Bayi Rockets (Bayi significa 1 de agosto, fecha de fundación del ejército) para acribillar a sus rivales civiles.
La camioneta se sumerge en la noche sin dejar rastros.
El plan de adoctrinamiento está en marcha.
WANG ZHIZHI Y UNA HISTORIA DIFÍCIL EN EL MUNDO DEL BÁSQUETBOL
La historia de Wang es realmente dura desde donde se la mire. Brook Larmer señala en un artículo escrito para ESPN The Magazine, que los oficiales del ejército alteraron la documentación para reducir su edad en dos años, de 1977 a 1979. Tal aberración oficial sirvió para que Wang represente a China en torneos juveniles con el objetivo de construir prestigio para el país. Su edad falsa se extendió como un reguero de pólvora en todos los documentos oficiales: pasaporte, listas de equipos, programas olímpicos, incluso, una década después, en la mismísima guía oficial del Campeonato del Mundo de 2006. Solo un artículo revelaba su verdadera edad: la identificación militar emitida cuando se convirtió en soldado. Pasó de ser un papel importante a transformarse en su ticket de salida hacia la verdad.
El regimen del Ejército Popular de Liberación empujó a Wang a ser el líder en innumerable cantidad de campeonatos domésticos, algo que ya venía ocurriendo desde que se formó la República Popular China en 1949. Sin embargo, este éxito sostenido vino acompañado de un precio carísimo: el método hacia la conducta extrema tenía como misión destruir el placer del juego, erradicar cualquier ego posible y fomentar el servicio a través de la disciplina y la lealtad.
Los días para Zhizhi eran todos iguales. Ausentes de color, repetitivos, dolorosos. Comenzaban a las 5.30 de la mañana con carreras de tres millas de extensión, seguían con prácticas de tiro, de seis a ocho horas en continuado de entrenamiento, adoctrinamiento político por las noches, comida y descanso. ¿Vacaciones? Solo una semana al año.
Sin saberlo, Wang se había transformado en un robot. Una pieza perfecta para enriquecer el engranaje de un sistema que contradecía cualquier libertad posible para un atleta. Para una persona. Horas y horas repitiendo los mismos movimientos, directrices en continuado de un guión preestablecido. La infancia y la pre-adolescencia no existieron jamás: la felicidad era un sueño imposible, porque siempre estaba primero la responsabilidad antes que el hedonismo. El deber ser por encima del querer ser.
Agosto de 1996. El nombre de Wang Zhizhi sorprende a cazatalentos profesionales y universitarios. Claro, nadie sabía la trampa de la edad: los libros mencionaban que un joven de 17 años -en realidad tenía 19- era el segundo máximo anotador de China en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. Los brazos y piernas infinitos de Wang hacían que el mundo alucine: con más de 11 puntos y cinco rebotes por juego era la gran esperanza asiática. Movimientos repetidos sellaban el pragmatismo recurrente de ver el balón deglutido por la red. Pero Zhizhi no reía, no gesticulaba, no hablaba.
LOS PRIMEROS PASOS RUMBO AL SUEÑO NBA
La empresa de ropa deportiva Nike detecta el inmenso negocio que tenía entre manos con Wang Zhizhi y decide ir por todo: le ofrece un contrato de tres años y 75.000 dólares, una ganga en comparación con otros acuerdos, pero inesperada para Wang: se trata del sponsoreo atlético más importante de China que le permitiría, de cerrarse, ganar el triple del salario que cobraba para ese entonces en el ejército asiático.
El gobierno chino corta todo tipo de seducción y baja el pulgar. Aún conserva un fuerte recelo sobre sus atletas y antepone los deseos del Ejército de Liberación a cualquier pacto individual. Tan es así que ningún jugador chino a la fecha había podido desempeñarse en una liga extranjera. Pero Nike, nave insignia del capitalismo, insiste y empuja para convencer.
Unos días antes de que se celebre el Draft de 1999, recuerda Brook Larmer, Wang le entrega a su agente de Nike, de contrabando, una copia de su tarjeta de identificación militar que le permite ser elegido en el sorteo universitario (un extranjero debía tener al menos 22 años para poder ser seleccionado). El mítico coach Don Nelson ya había sido sorprendido en Atlanta 1996 por Zhizhi tras una inesperada tapa sobre Grant Hill, pero quien impulsa su elección, quien olfatea el enorme negocio de cerrar el acuerdo por el primer chino en la NBA, es el dueño de los Dallas Mavericks, H. Ross Perot Jr..
Wang es elegido con el pick 36 de Draft y más allá de la sorpresa del jugador, quienes terminan atónitos son sus jefes militares. Ven en este pick un intento de robo de su gema deportiva por parte de las autoridades estadounidenses. Empieza, entonces, la gran novela de Wang Zhizhi: los generales y entrenadores no se reúnen con el dueño de los Mavericks ni se inmutan con los gorros que envía la franquicia de regalo. “Es bueno que haya sido seleccionado por Dallas”, dice un oficial del ejército en declaraciones recogidas por Brook Larmer en ESPN. “Pero no podemos dejarlo ir porque no es el momento adecuado para nuestro equipo… ni para Wang”. Zhizhi piensa diferente, pero no abre la boca. Se queda en China por espacio de dos años, y en 2001, el Ejercito de Liberación lo deja partir casi como una obligación para promocionar los Juegos Olímpicos de Beijing 2008.
LA VIDA DE WANG ZHIZHI EN ESTADOS UNIDOS
30 de marzo de 2001. El prospecto chino se suma a las filas de Dallas Mavericks. Acostumbrado a compartir dormitorios, decide que él ahora va a vivir la gran vida. Un chapuzón a la cultura del capitalismo extremo: alquila, con solo 23 años, una casa lujosa de dos pisos, un Mercedes SL500 y rompe todos los protocolos al mudarse con su novia china Song Yang. Su salario de 317.000 dólares es el mínimo de la NBA, pero para Wang es una fortuna: “Me puedo permitir esto”, dice, mientras agita dos billetes de 100 dólares para comprar dos filetes y un plato de alitas de pollo en un restaurante local.
5 de abril de 2001. Restan 26.8 segundos por jugar en el primer tiempo. Don Nelson lo llama a Wang y el estadio explota en una ovación. Zhizhi recibe una tapa en su primer lanzamiento, pero toma ritmo y cierra la noche con seis puntos y tres rebotes en ocho minutos de aparición. El furor es enorme: dos carteles en chino lo alientan en grande. El primero señala “Tus amigos están aquí” y el segundo “China está orgullosa de tí”. Este último atado a una bandera de su país. Incluso cuatro chicos se pintan el nombre de Wang en sus pechos y cantan: “¡Queremos a Wang!” Todo es alegría. “Me sentí increíblemente feliz que pude anotar”, dijo el estilizado talento asiático al cierre de esa noche. “Me hizo sentir que puedo convertir más en los próximos partidos”.
Sin embargo, el futuro le deparará otra cosa.
13 de mayo 2002. Los Mavericks caen ante Sacramento Kings en segunda ronda de playoffs. Wang Zhizhi aún hace sus primeras horas de vuelo: dos puntos en seis minutos. Las autoridades del Ejército de Liberación chino y los representantes de Dallas Mavericks lo esperan en el aeropuerto para regresar a Beijing, como habían acordado. Pero Wang no llega. Observan el reloj, caminan de un lado a otro, pero no está. Entran en pánico. ¿Dónde está Wang Zhizhi, por amor de Dios? La única condición que le habían dado en China era regresar a tiempo a sus funciones. De inmediato se dirigen a la casa, pero Zhizhi no está. Su Mercedes tampoco. Nadie sabe el paradero de su novia. Intentan por teléfono, pero la única respuesta es el buzón de mensajes. Se avecina lo peor.
DE CLARO A OSCURO: EL OCASO EN LA VIDA DE WANG ZHIZHI
Wang asume que los Mavericks no le renovarán contrato y que si vuelve a Beijing no podrá volver a pisar tierra estadounidense. Entonces opta por el camino del desertor pese a tener aún un mes de contrato: viaja con su vehículo hasta Los Angeles, inicia su periplo en las Ligas de Verano e intenta ganar una nueva oportunidad en la NBA. No se trata de darle la espalda a China, quiere probar un poco más del sueño americano. Pero en Bejing las autoridades piensan distinto.
Empieza un desacato que se hace periódico: dice que jugará en el Mundial de Indianápolis 2002 con su país pero que ni piensen que viajará para los Juegos Asiáticos de Otoño. Como señala Brook Larmer, detrás de esa expresión de deseo se esconde el miedo: sabe que si vuelve a pisar China posiblemente tendrá que enfrentar un consejo de guerra. Y pese a todas las alarmas que se encienden, Wang se queda.
Las máximas autoridades del básquetbol chino lo expulsan de la selección nacional. Lo acusan de “traidor ingrato” en las cadenas nacionales locales y señalan que todos aquellos que estén asociados con él serán tratados de la misma forma. Por ende, Nike se olvida de Zhizhi y rompe su relación comercial de seis años. Dallas también se separa de él. Nelson lo acusa de haber roto la promesa de volver al equipo en la prensa local. De expectativa suprema a fiasco absoluto.
Wang Zhizhi está perdido.
Octubre de 2002. Pese a las señales de alarma, los LA Clippers le dan un contrato de seis millones de dólares en tres años que lo transforman en millonario. “Esperamos que haga mucho por nuestra comunidad asiática”, dice Elgin Baylor, presidente de la franquicia, en conferencia de prensa.
Sin embargo, más allá de los billetes y su posición económica, Wang sufre por lo que ocurre con su país. Por las noches, recuerda Larmer en ESPN The Magazine, “Zizhi sueña que vuelve a Beijing y conduce por el amplio bulevar que lleva hasta la Plaza de Tiananmen”. Pero la realidad dicta otra cosa.
En Estados Unidos, además, no encaja. No sabe el idioma, no se habitúa a sus costumbres, padece más que disfruta. Se recluye en su mansión de más de dos millones de dólares pero no es feliz. No le encuentra sentido a lo que hace y la nostalgia por su país lo carcome por dentro. Una de las cosas cosas positivas es su casamiento con Son Yang, que desemboca en el nacimiento de su hijo Jerry.
Yao Ming llega a la NBA un año y medio después del inicio de su contrato con los Clippers y cumple todo lo que él no pudo jamás. Ídolo en Houston y en su país, alcanza el Juego de las Estrellas con una naturalidad avasallante. Los Clippers, agotados de su desgano, lo quitan del equipo. Llega a Miami Heat para ser tercer suplente de Shaquille O’Neal y dura poco tiempo: lo echan de la franquicia y ya nadie se interesa en sus servicios.
Sin trabajo, sin visa y sin pasaporte (tiene vencido el que usó para llegar a la NBA hace cinco años y China no le emite uno nuevo), Zhizhi entra en crisis. Y entonces, no queda otro camino que buscar la redención en su tierra.
DE TRAIDOR A LA PATRIA A LA BÚSQUEDA DE LA REDENCIÓN
9 de abril de 2006. Aeropuerto de Los Ángeles. Cabizbajo, Wang Zhizhi camina rumbo a la manga del vuelo 984 de Air China que lo trasladará desde Hollywood a Beijing. No está solo: a su lado, un oficial del ejército corpulento llamado Kuang Lubin, ex jugador de básquetbol de 50 años de edad, lo escolta para evitar que se escape cuando aterrice 13 horas después en la capital de China.
Para su tranquilidad, a Wang no lo espera un consejo de guerra ni una fría prisión sin comodidades. Los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 están a la vuelta de la esquina pero Zhizhi aún no sabe si podrá volver a jugar para la Selección de China. Ni siquiera sabe si volverá a contar con pasaporte para dejar el país. Ha caído en desgracia y solo lo esperan rituales sucesivos de vergüenza y humillación.
Wang protagoniza reuniones de “autocrítica” con altos funcionarios y allí detalla, con lujo de detalles, pecados contra la patria. Entre lágrimas, pide perdón y muestra congoja auténtica por lo sucedido.
13 de abril de 2006. “Pido perdón a todos. Cometí un terrible error. Por favor discúlpenme y denme una chance de empezar de nuevo. No los defraudaré” – Wang Zhizhi al pueblo de China en cadena nacional.
Vergüenza. Humillación. Reuniones de autocrítica con altos mandos militares. Wang se somete al escarnio público camino a su anhelada redención para volver a la Seleccion Nacional. Interpreta el papel de alumno disciplinado en la “reeducación política” que plantea el regimen: conferencias de cuadros del Partido Comunista, estudio del manifiesto del presidente Hu Jintao y la carta de disculpas, en tres páginas prolijamente detalladas, que se envía a los periódicos chinos. “Quiero decirles que un adolescente impulsivo se ha convertido en un padre con sentido de responsabilidad”, escribe Wang.
Sus padres, fiel al estilo asiático, asumieron la más profunda humillación en silencio. Entre lágrimas, el reencuentro es emotivo al extremo. Wang observa que han envejecido mucho en los últimos años y se promete a sí mismo pasar más tiempo con ellos. Compra un departamento en el lado este de Beijing para vivir con su esposa e hijo, pero Zhizhi rara vez está con su familia allí. La exigencia es cumplir a rajatabla el triple mandamiento del sistema deportivo chino: comer, entrenar y dormir con el equipo.
EL COMIENZO DEL FINAL PARA WANG ZHIZHI
Ya de vuelta con la Selección de China, Wang retoma su energía y vive una segunda adolescencia. Con Yao fuera de acción por lesión, es la voz de mando de un equipo joven que busca hacer historia en el básquetbol internacional. Su juego, sin embargo, es increíblemente irregular. La ilusión de los fanáticos se va por las nubes cuando anota 44 puntos en un partido de exhibición ante Japón, pero jamás logra mantener en el tiempo sus actuaciones memorables.
Wang Zhizhi nunca pudo retornar a la NBA. Jugó cuatro Juegos Olímpicos para su país y se retiró antes de Río 2016, durante la Copa Stankovic. Tuvo su despedida justamente ante los ojos de Gong Luming, el técnico que lo eligió en 1996, previo a un amistoso en el que China cayó ante Nigeria.
Los Bayi Rockets ganaron su último título en 2007 y se retiraron de la competencia en 2020, tras no acudir a la burbuja de la liga masculina en Zhiju, provincia de Zhejiang. Para ese entonces, Wang Zhizhi era el entrenador en jefe del equipo.
Hubo equipos Bayi en varias de las principales ligas deportivas de China, incluidas la Superliga china y las ligas de voleibol. El equipo de fútbol, que eludió las reglas que exigían que los jugadores fueran profesionales al ser miembros en servicio del ejército, dejó la máxima categoría en 2003.
Wang Zhizhi es padre de Wang Xilin, un prospecto que alcanza más de 2.05 metros de altura con solo 18 años de edad. Si bien nada indica que Xilin siga los pasos de estrella de su padre, los fanáticos asiáticos, siempre atentos a la historia grande, ya siguen de cerca sus pasos.