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05/01/1988

La inexplicable muerte de Pete Maravich

El 5 de enero de 1988, Pistol Pete falleció a los 40 años de un ataque cardíaco, en un partido de básquetbol disputado en una iglesia.

Pete Maravich
Pete Maravich fue uno de los pioneros del básquetbol Showtime en la NBA (FOTOGRAFÍA: Gentileza Getty Images)

Pete Maravich, la leyenda del básquetbol universitario, falleció de un ataque cardíaco mientras participaba de un partido amateur en el gimnasio de una iglesia. Fue el 5 de enero de 1988 y aún se lo extraña horrores: Maravich fue, en su tiempo, la alegría del juego. Pasador mágico, de dribbling endiablado, representante anticipado del básquetbol Showtime.

Maravich, máximo anotador de todos los tiempos del básquetbol universitario, murió en el hospital St. Luke de Pasadena a los 40 años de edad. Se encontraba en la ciudad para planificar una película sobre su vida.

“Maravich se estaba yendo hacia el otro costado cuando se cayó de manera sorpresiva. Estaba jugando muy tranquilo, pero sufrió el colapso y cayó”, recuerda Gary Lydick, una de las personas que participó del partido, a Los Angeles Times. “Nos dimos cuenta de inmediato de que era muy severo. Estoy seguro de que probablemente tuvo un ataque cardíaco”, agregó.

La marca registrada de Maravich eran dos medias grises por debajo de los tobillos, una muestra clara de bohemia descansando en el profesionalismo despiadado. A los tres años, podía picar la pelota sin problemas. A las ocho, podía hacer girar el balón con un dedo. En LSU, anotó 3.667 puntos en sus tres temporadas, con un promedio de 44.2. En 10 temporadas en la NBA, promedió 24,2 puntos y fue incluido en cinco equipos All-Star.

“Estoy extremadamente sorprendido, me hizo retroceder en el tiempo”, dijo Walt Hazzard, entrenador de UCLA, quien fue compañero de Maravich en Atlanta a principios de la década de 1970. “Tenía habilidades increíbles, un atleta tremendamente talentoso. No puedo creerlo”, señaló. “Recuerda: no existía la línea de tres puntos cuando Maravich jugaba. Me imagino que si hubiera jugado con el tiro de tres puntos, podrías agregar un tercio más al total de puntos de su carrera”.

Una declaración tenebrosa es la que tuvo Maravich, en una entrevista al Beaver County Times, en 1974: “No quiero jugar 10 años en la NBA y morir a los 40 de un ataque cardíaco”. El destino es curioso: jugó básquetbol profesional de 1970 a 1980. El desenlace trágico ya lo conocemos.

Jerry West, el gerente general de los Lakers y un compañero del Hall of Fame, recordó al periódico Los Angeles Times que fue Pistol Pete quien trajo el espectáculo tan necesario a la NBA. “Fue un jugador realmente único que incorporó emoción y estilo a la liga en un momento en que la NBA realmente lo necesitaba”, dijo West. “Es una verdadera tragedia. Era un tipo tan religioso… y estaba muy consciente del cuidado de la salud”.

John Wooden, ex entrenador de UCLA, solía compartir habitación con Press, el padre de Maravich, en un campus de básquetbol en Carolina del Norte. Allí vio por primera vez a Pete.

“Ya cuando era niño, podía hacer cosas con una pelota que eran increíbles”, dijo Wooden. “Recuerdo que Press me dijo: ‘Voy a convertir a ese niño en el primer jugador de básquetbol que valga un millón de dólares”, agregó. “Pete fue un tremendo anotador, un tirador sobresaliente, pero nunca tuvo un porcentaje brillante porque sus tiros siempre fueron un poco alocados. Como jugador ofensivo, no lo consideraría como de la clase de Oscar Robertson o Jerry West, pero ciertamente fue el mejor manejador de pelota que ví”.

PETE MARAVICH, ÍCONO DE LSU Y LA NCAA

Maravich fue un ícono en la Universidad Estatal de Louisiana en Baton Rouge. Allí, el legendario armador anotó 3.667 puntos, la mejor marca de todos los tiempos en el básquetbol colegial. En sus tres temporadas disputadas, que finalizaron en 1970, Pistol Pete tuvo un doble destaque para el recuerdo: mejor número de anotación en un año (44.5) y promedio en su carrera NCAA (44.2).

“Pete Maravich era Showtime antes de que existiera Showtime. El único problema con Pete Maravich eran los otros cuatro muchachos; simplemente no se relacionaba con el resto del equipo. Un equipo era Pete Maravich y cualquiera que se acercara a él”, dice el columnista Robert Lipsyte en la serie SportsCentury de ESPN Classic.

Pete Maravich
Pete Maravich fue una leyenda sin igual de LSU, incluso se convirtió en el máximo anotador NCAA de todos los tiempos (FOTOGRAFÍA: Gentileza Dan Hardesty en Advocate File)

Maravich se reincorporó a la familia de LSU luego de romper relaciones con la escuela por el despido de su padre en 1971. “En 1973, cuando estaba con los Atlanta Hawks, iba a jugar un juego de exhibición en el nuevo estadio de LSU, la llamada Casa que construyó Pete”, recordó Mike McKenzie del Kansas City Star and Times. “Recuerdo que Pete me dijo antes del partido: ‘Tienen mi camiseta colgada en una vitrina de trofeos y tiene un agujero, justo en la parte de atrás, donde le clavaron el cuchillo a mi padre'”.

Pistol Pete, a la vista, no parecía un atleta elite. Cansino, parecía un refugiado de YMCA. Pero tenía una velocidad que excedía la media, un manejo de balón supremo -algo que no se veía desde los tiempos de Bob Cousy- y unos pases de fantasía que hacían delirar a los espectadores. Por detrás de la espalda, entre las piernas, con ambas manos. Increíble.

Fue un anotador tan maravilloso que alcanzó la increíble marca de 28 juegos de 50 puntos convertidos. En el básquetbol universitario, no hubo nadie como él: hizo más puntos que Wilt Chamberlain y Oscar Robertson, por citar solo una pareja de apellidos ilustres. Incluso llegó a anotar 893 tiros libres en tres temporadas, aún el récord histórico de la NCAA.

Contra Alabama, llegó a hacer 69 unidades una misma noche, incluyendo un tiro gancho de media cancha en el cierre de la primera mitad. La marca se mantuvo durante 21 años. También estableció un récord de División I al hacer 30 tiros libres (en 31 intentos) contra Oregon State. Alucinante.

“Una cosa que siempre quise hacer es girar una pelota en mi dedo, luego, con un segundo en el reloj, hacer rebotar la pelota en mi cabeza y meterla en el aro para ganar un juego”, dijo Maravich a The Times en 1969.

DESDE PEQUEÑO, PISTOL PETE FUE UN CRACK DEL BÁSQUETBOL

Hay una leyenda que dice que el padre de Maravich, Press, hizo una apuesta con el médico la noche de junio de 1947 en que nació Pete en Aliquippa, Pensilvania.

Press no era solo un alegre entusiasta: había sido ex jugador profesional con los Pittsburgh Ironmen.

Pete Maravich
Pete Maravich sobresalió en el básquetbol universitario como uno de los mejores de todos los tiempos (FOTOGRAFÍA: Gentileza AP)

“Le dije al médico del hospital: ‘Doctor, quiero un hijo. Si es un niño, te pagaré. Si es una niña, me pagas tú”, recuerda Press a Los Angeles Times. ““El médico estuvo de acuerdo. Más tarde, salió de la sala de partos con una sonrisa y dijo: ‘Tú pagas'”.

El padre de Pete tuvo desde sus primeros años una obsesión con su hijo para que sea una estrella del deporte. Sostuvo que el trabajo duro, no los genes, fue lo que convirtió a su hijo en un jugador destacado. “Llegué a llevar una pelota de básquetbol a la cama hasta los 14 años”, dijo Pistol Pete en su discurso de inducción al Hall of Fame de la NBA en 1986. “Me acostaba en la cama, vomitando y haciendo ejercicios con la punta de los dedos”.

“Cuando tenía 7 años, le compré una pelota de básquetbol para Navidad, pero no estaba interesado. Se interesó cuando lancé algunos tiros y anoté algunos. Creyó que era fácil, metió su primer tiro y falló. Cuando vi lo enojado que se puso por errar, supe que lo tenía enganchado”.

PETE MARAVICH Y SU PASO POR LA MEJOR LIGA DEL MUNDO

Cuando dejó el básquetbol colegial como una celebridad, Maravich fue elegido por Atlanta Hawks en el Draft de 1970. Firmó un contrato de 1.9 millones de dólares -una fortuna para la época- y eso le provocó rispideces con sus compañeros. Además de los Hawks, Pistol Pete jugó en New Orleans/Utah Jazz y Boston Celtics.

Los Hawks, ansiosos por conseguir un jugador sureño con renombre, hicieron un trade en el draft de 1970 para conseguir a Maravich con la tercera selección, después de que Bob Lanier y Rudy Tomjanovich fueran seleccionados, y justo antes que Dave Cowens.

“Su velocidad siempre me impresionó más que nada”, recuerda John Vallely, compañero en los Hawks. “De un extremo a otro de la cancha, podía hacerlo más rápido que cualquier otra persona en la liga. Era increíble”, agrega a Los Angeles Times. “Como tirador puro, no era un tirador fundamentalmente bueno, no de la forma en que lo era Jerry West. Pete lanzaba la pelota de manera diferente cada vez que la lanzaba. Fue un gran anotador, pero no un gran tirador”.

Se lo recuerda a Maravich, además de su juego de fantasía, por su espíritu solitario. No le gustaba lidiar con la prensa. Dentro de la cancha, se transformaba por completo. En New Orleans Jazz, en el lustro entre 1974 y 1979, Pistol Pete llegó a convocar noches de más de 30.000 personas.

“Una vez lo llevé a un centro de acondicionamiento de New Orleans y le gané en un juego de ráquetbol. Estaba furioso. Quiero decir, no me hablaba. Se subió a su coche y condujo a casa a 75 millas por hora. Al día siguiente, exigió otro juego y me ganó”, dijo Butch van Breda Kolff, entrenador de Maravich en Nueva Orleans. “Un año, el (equipo) les dio a nuestros jugadores un programa de acondicionamiento fuera de temporada, y me dijeron que era tan difícil que probablemente nadie lo podría hacer en temporada baja. Pete lo hizo. Y fue el único en conseguirlo”.

En su carrera profesional, Maravich promedió 24.2 puntos por juego y jugó cinco All-Star. En 1976-77, fue el máximo anotador de la temporada.

“Si tengo la opción de dar espectáculo o lanzar un pase directo”, dijo Maravich, tres veces All-American a ESPN, “y vamos a conseguir la anotación de todos modos, prefiero brindarle show a la gente”.

De todos modos, Pistol Pete nunca pudo escapar a la idea de que jugaba principalmente para él, que el equipo era secundario. Jugando para equipos mediocres, nunca se acercó a un título.

“En cuanto al talento, es el más grande con el que jamás haya jugado”, dijo Lou Hudson, un compañero de los Hawks. “Pero siempre, no importa lo que haga, será un perdedor. Ese es su legado. Nunca pareció fácil ser Pete Maravich”.

En 1973-74, su última temporada con Atlanta, promedió 27.7 puntos por encuentro, siendo segundo en la liga por detrás de los 30.6 de Bob McAdoo. Tras ser cambiado a New Orleans Jazz, y luego de una primera temporada complicada en la que Utah tuvo marca de 23-59 con un 41.9 por ciento de tiros, el juego de Maravich mejoró. En 1975-76, promedió 25.9 unidades por encuentro, el tercero mejor en la NBA, tuvo un récord de 45.9% en lanzamientos de campo y fue elegido para el All-League First Team..

La siguiente temporada, lideró la liga en puntos con su promedio de 31.1, acertando 40 o más puntos en 13 oportunidades y nuevamente fue seleccionado en el primer equipo de la NBA. Recuerda ESPN.com que el 25 de febrero de 1977, anotó 68 contra los New York Knicks, nada más ni nada menos que contra el genio defensivo Walt Frazier.

Las lesiones de rodilla y una infección bacteriana marcaron la temporada 1977-78 de Maravich, cuando promedió 27 puntos pero se perdió 32 partidos. Estuvo fuera durante 33 juegos el año siguiente, pero, con una rodillera, carecía de su antigua agilidad, aunque promedió 22.6 unidades por noche.

Después de que el Jazz se mudara a Utah en 1979, Maravich no era el favorito del entrenador Tim Nissalke y fue cortado del equipo después de jugar solo 17 partidos. Firmó con Boston y jugó 26 encuentros junto a un jovencísimo Larry Bird. Con un rol mucho más pequeño, ayudó a conquistar el título de la División Atlántica de 1980 de los Celtics.

Con sobrepeso y con su rapidez desaparecida, Maravich se retiró el 20 de septiembre de 1980 a los 33 años. Sufrió depresión en los primeros dos años de retiro -el período más oscuro de su vida-, pero luego, en 1982, salió de su estupor cuando encontró la religión, diciendo que Dios le había hablado. Dejó de beber y adoptó una dieta vegetariana. Junto a su esposa Jackie y sus dos hijos Joshua y Jaeson, Pete se convirtió en la imagen viva de la vida saludable.

Su muerte, inexplicable, absurda, inesperada, aún provoca estupor y dolor en partes iguales.

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