El Conseco Fieldhouse era testigo de un sueño y, a la vez, de una pesadilla. Estados Unidos se había quedado sin invicto. Argentina, un país mayormente conocido por su éxito en el fútbol, fue el verdugo de su primera derrota con jugadores NBA. Como si fuese poco en Indiana, dentro del marco del Mundial de Indianápolis 2002. Una combinación propia de un cuento de Ray Bradbury o de Roberto Fontanarrosa, según la perspectiva.
La realidad indicó que el equipo de Rubén Magnano hizo lo que inclusive pocos se atrevieron a soñar. Un 89-81 en el cierre de la segunda fase que puso patas para arriba a todo el mundo. «¿Quiénes son estos?», posiblemente decían en la tribuna del estadio asociado a los Indiana Pacers. Un grupo de desconocidos para los locales que puso el punto final a una racha de 58 triunfos consecutivos. La misma que había arrancado con Michael Jordan, Larry Bird y Magic Johnson, entre otros, en Barcelona 1992. Ese 4 de septiembre del 2002 pasó a la historia por algo que para los norteamericanos fue como un cachetazo.
El triunfo albiceleste se dio de la mano de Manu Ginóbili, quien ya estaba convocado para sumarse a los Spurs para la 2002-03. El escolta comandó con 15 puntos, tres asistencias y dos robos en 24 minutos. Gregg Popovich, como asistente de George Karl, fue testigo en primera fila de un resultado agridulce. Había acertado el fichaje en el cierre del Draft 1999, pero le tocaba salir en la foto de la histórica derrota.
El bahiense fue el tercero de los siete jugadores de ese equipo que llegaron a la NBA. Lo hizo después de Pepe Sánchez y Rubén Wolkowyski (2000); como también antes de Andrés Nocioni (2004), Fabricio Oberto (2005) y Luis Scola (2007).
EL CAMINO DE ARGENTINA
Argentina llegó a Indianápolis sabiendo que tenía material para dar que hablar. Si bien se había ausentado al Mundial de 1998, contaba con varias de las figuras más destacadas de Europa. Su poderío lo ratificó en el Premundial de Neuquén 2001, el cual acabó con título gracias a diez triunfos consecutivos. El primer título del seleccionado en este tipo de certámenes.
Ese poderío se ratificó en la primera ronda del Mundial. Argentina formó parte de un Grupo D que tenía a Rusia (último subcampeón del torneo), Nueva Zelanda y Venezuela. El equipo de Rubén Magnano inició su paso con un categórico triunfo sobre Venezuela (107-72). Luego tuvo una prueba de fuego con Rusia, la cual superó con creces.Un 100-81 que invitaba a soñar con un resultado histórico en el certamen. La etapa la cerró con una victoria sobre el elenco oceánico (112-85) para avanzar con puntaje perfecto.
Ratificó su buen arranque con la clasificación a cuartos de finales antes del duelo histórico. 95-71 a China y 86-71 a Alemania pusieron al equipo en la siguiente instancia.
«Esta vez no hay cámaras (comparando con el cruce en Barcelona 1992). No son las mismas estrellas del ’92. Son jugadores excelentes, pero no son las superestrellas de otras épocas. Va a ser una lucha dura», marcó Nocioni tras la victoria ante el combinado teutón. Argentina estaba lista, no tenía miedo.
LAS DUDAS DE ESTADOS UNIDOS
Estados Unidos había arrasado en cada competencia desde 1992, presentando a lo mejor que tenía en la NBA en cada competencia. Ganó tres medallas de oro olímpicas (Barcelona 1992, Atlanta 1996 y Sídney 2000) y dos títulos mundiales (Canadá 1994 y Grecia 1998). El Dream Team era un equipo al que se le tenía miedo.
Sin embargo, ese fue el primer año en el que tuvo problemas para sumar a sus mejores jugadores. Integrantes de la élite como Shaquille O’Neal, Kobe Bryant, Tim Duncan y Kevin Garnett le dieron la espalda al combinado dirigido por George Karl. No obstante, contaba con jugadores del calibre de Jason Kidd, Reggie Miller, Paul Pierce y Jermaine O’Neal. Material de sobra para poder retener el cetro de mejor del mundo, aunque sin la abismal diferencia de otras épocas.
Las dudas parecían haber sido disipadas después de los primeros juegos. Triunfos contundentes sobre Argelia (110-60); Alemania (104-87); China (84-65); Rusia (106-82) y Nueva Zelanda (110-62) permitieron que el equipo de Karl llegue a esa tarde/noche con marca perfecta.
EL PARTIDO
La diferencia entre un equipo y otro se notó desde el comienzo del partido. Lo que nadie esperaba es que sea Argentina el elenco que marcó el camino. Un parcial de 17-9 para abrir la jornada e invitando a pensar que lo improbable podía hacerse posible. El combinado vestido de celeste y blanco funcionaba como un equipo. El de azul no podía responder ante su propia falta de orden y la máquina aceitada del rival. El período finalizó con un 34-21 que empezaba a deslizar lo que más tarde se haría realidad.
El punto en el que todos abrieron los ojos chocó con el punto medio del segundo cuarto. Una formidable asistencia de Pepe Sánchez para la volcada de Nocioni; seguida por una buena defensa que lideró la conversión de Ginóbili en el otro costado. Argentina pasó de ser mejor a dominar a Estados Unidos. Una ventaja de 20 puntos (45-25) que irrumpía con cualquier patrón lógico para el mundo del básquetbol.
El equipo norteamericano pasó de ser el equipo que imponía miedo al asustado. La frustración de perder contra un grupo de conocidos hizo mella en la cabeza de los líderes. Golpes antideportivos y roces ilegales para intentar amedrentar a un rival que lejos estuvo de hacerlo. La diferencia apenas se achicó a 17 (54-37) al momento del descanso.
Estados Unidos dejó de menospreciar a Argentina y lo hizo notar desde el inicio de la segunda mitad. George Karl supo controlar la cabeza del equipo para que este vuelva a ocuparse del partido. A partir de su escuela de juego físico, talento individual para crear ventajas ofensivas y defensa fuerte, el combinado norteamericano arremetió. Paul Pierce (22 puntos, seis rebotes, cuatro asistencias y dos robos) lideró el 23-15 del tercer asalto que redujo la distancia a siete (67-60). Inclusive, llegó a acercarse a cinco, pero una penetración de Ginóbili alejó al combinado sudamericano.
Cuando todo parecía indicar que la epopeya iba a quedar en un mero acercamiento, Argentina sacó a relucir su mejor versión. El equipo de Magnano no se achicó ante la levantada rival, mejoró su nivel defensivo y, a partir de ella, recuperó el dominio del juego. Rápidamente retomó una ventaja de doble dígito que frenó la levantada rival. Ya sea castigando de contraataque o apelando al sistema flex como su herramienta ofensiva principal, el equipo fue marcando el camino histórico.
Un 89-81 que reconfiguró el mapa mundial del básquetbol. Argentina fue la primera en marcar que el primer paso para vencer a Estados Unidos era no menospreciarse. Un esquema serio que luego fue el horizonte a perseguir por otros elencos. Una derrota que empezaría a modificar el enfoque norteamericano para los torneos venideros. No obstante, antes tendrían el peor torneo en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
UNA RECEPCIÓN PARA HÉROES
El festejo del equipo argentino fue interminable. Pasaron horas de cánticos, saltos, abrazos y lágrimas dentro del estadio como fuera de él. Un combinado que estaba en éxtasis a pesar que al día siguiente debía disputar su partido de cuartos de finales ante Alemania. Alguna voz mal intencionada dirá que los trabajadores del Comeco Fieldhouse estuvieron exhaustos de escuchar: «Esta es la banda de la Argentina…».
Entre chistes, remembranzas y charlas sobre lo sucedido tanto en el juego como postpartido, nadie esperaba lo que sucedería inmediatamente. Un retorno al hotel que quedaría marcado a fuego en la vida de cada uno de los doce integrantes de aquel plantel.
Argentina estaba hospedada en un hotel que estalló en aplausos por parte de otras delegaciones cuando el equipo ingresó. «Salieron a aplaudirnos desde los balcones. Fue algo que no se podía creer», le marcó Ginóbili a ESPN Recuerda (2012). A lo que añadió: «El respeto del par es muy importante para todo atleta. Semejante demostración fue muy importante y ayudó a valorar lo logrado».
EL TRAGO AMARGO QUE LUEGO FUE ORO OLÍMPICO
Después de sentirse en la cima del planeta, el equipo argentina debió bajar a la realidad para afrontar el resto del torneo. Un Mundial que podria haber quedado en sus manos.
El equipo de Rubén Magnano sorteó a Brasil (76-87) y Alemania (86-80) para meterse en la final frente a Yugoslavia. La definición fue una de las más controvertidas de la historia, en la cual el combinado albiceleste llegó a mandar por 10 unidades. Sin embargo, algunos pitazos cuanto menos curiosos fueron inclinando la cancha para forzar el alargue. De la mano de Dejan Bodiroga, y con Borislav Stankovic en la tribuna, el combinado europeo se alzaría con el cetro por 84-77.
Aquel trago amargo imposibilitó el broche de oro en tierras estadounidenses. Sin embargo, sirvió como motivación para Atenas 2004. La tierra del olimpismo vio como Argentina fue el único país en hacerse con el oro durante la ‘Era NBA’ de Estados Unidos.