Resiliencia. Palabra de moda si las hay. La Real Academia Española indica que la palabra refiere a la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”.
Un término que podría utilizarse a la fortaleza mental que tuvo que tener un fanático de los Sacramento Kings. Fueron noches largas y complicadas. Muchas, probablemente demasiadas y hasta excesivas. Pero se adaptaron para vivir -y sobrevivir- a los 17 años de ausencia de los Playoffs. Por eso la alegría es tanta. Porque fue el final de una pesadilla.
A la hora de hablar de rendimientos, De’Aaron Fox y Domantas Sabonis sobresalen en el equipo del entrenador -que asumió en esta temporada- Mike Brown. El primero aprovechó el cambio del juego para recuperar su calibre de base estrella. Por su parte, el lituano acalló a la crítica tras aquel intercambio por Tyrese Haliburton en el cierre del mercado 2022. Tal es así que logró meterse en la disputa por el MVP, aunque el premio parezca destinado a otro europeo, Nikola Jokic. A la vez, el coach le dio el orden que faltaba no sólo para hacerlo clasificar. Lo volvió un equipo que todos quieren evitar.
Entre ellos, un plantel que logró ganarse el corazón del fanático. Sin embargo, nadie refleja mejor esa figura de -nuevamente- resiliencia de la franquicia que Harrison Barnes. Aquel ala-pivote que el general de los seguidores de la NBA lo etiqueta de “promedio”. La estadística tampoco deslumbra: 15,0 puntos, 4,6 rebotes y 1,6 asistencias en casi 33 minutos. Pero su figura resalta más allá de los números. Dentro de la cancha, pero especialmente fuera de ella.
DE CAMPEÓN A VOLVER A ARRANCAR
«Para mí es irreemplazable desde el punto de vista que nos aporta calma y paciencia sin importar la situación que enfrentemos. Nuestras dos estrellas, Fox y Sabonis, están aprendiendo a como liderar. Y no han estado en esas situaciones de extrema presión que pudieron superar. HB (Harrison Barnes) lo ha hecho», señaló Mike Brown el pasado 23 de enero. Su aporte de 20 puntos con 6/9 en triples en la victoria a Memphis (133-100) lo hizo sobresalir de aquella posición silenciosa.
Pero Brown lo sabía -y lo sabe-. Fue campeón con Golden State en 2015 y estuvo muy cerca de lograr un bicampeonato en 2016. «El cómo encara los cierres de los partidos. La madurez que tiene para afrontar esos momentos nos ayuda a crecer», añadió en aquella conferencia de prensa. El veterano -de 30 años- que todo equipo joven necesita para explotar su potencial y alcanzar sus objetivos.
Mike Brown on what makes Harrison Barnes such an integral player for the Kings pic.twitter.com/TLvLVHEAEa
— Kings on NBCS (@NBCSKings) January 24, 2023
Por eso Sacramento ignoró a los expertos en febrero. Más de uno de ellos señaló que una manera de mejorar el plantel era de deshacerse del oriundo de Ames, Iowa. Había una justificación válida: será agente libre en julio del 2023. Culminará aquel contrato que firmó en 2019 por 85 millones de dólares por cuatro temporadas.
Pero para llegar a esa renovación, tuvo que ser resiliente. Tras aquel revés en las finales del 2016, se vio obligado a dejar Golden State Warriors. El equipo de Steve Kerr necesitaba espacio salarial para la llegada de Kevin Durant. Luego de promediar 9,3 puntos, 4,4 rebotes y 1,4 asistencias con un 35,2% de campo en las finales del 2016, fue el primero en ver la puerta de salida.
La franquicia no atinó a retenerlo. Lo dejó marchar tras una oferta de Dallas Mavericks por 94,4 millones de dólares por cuatro temporadas. Llegó a un equipo texano que le permitió explotar su capacidad anotadora, pero no le dio grandes chances de pelear por algo colectivo. Jugó 154 de los posibles 164 partidos entre 2016 y 2018. Promedió 19,0 puntos, pero una vez que Luka Doncic pisó Dallas, perdió su lugar.
Llegó a los Kings en el ocaso de la 2018-19. Un movimiento económico para el elenco texano que agarró los contratos próximos a expirar de Zach Randolph y Justin Jackson. Desembarcó en una franquicia cuyo futuro parecía oscuro. Una tierra en la que la falta de paciencia y el cambio de líderes sucedía constantemente. Acompañante para un plantel joven que tenía que lidiar con su propia inmadurez y la falta de acompañamiento.
EL LÍDER SILENCIOSO
Harrison Barnes pudo buscar una salida fácil. Expresarse públicamente para pedir el traspaso. Negarse a jugar para llegar a una situación mejor. Pero no lo hizo. Ni en 2019, ni luego. Si bien el contrato de 85 millones de dólares por cuatro temporadas ayudó a que eso pase, ese dinero lo podría haber obtenido en otro equipo. Decidió a acompañar a esa joven camada.
Soportó las vergüenzas, los tironeos y las crisis de una franquicia sin rumbo. El equipo llegó a la pandemia del COVID-19 con un récord que les permitió ingresar a la burbuja de Orlando. Pero el equipo veloz de Walton apenas firmó un 31-41 que lo dejó fuera de los Playoffs.
Una luz empezó a brillar tras aquel revés en Florida. La salida de Vlade Divac y el ascenso de Monte McNair al cargo de gerente general trajo un poco de estabilidad. Barnes dejó de ser sólo un anotador, sino también un jugador muy escuchado fuera de la cancha. Un hombre sin palabras para los medios, pero consejero para los jóvenes. Aquel referente que necesitaba un plantel prometedor.
La campaña del 2020-21 tuvo un nuevo récord de 31-41. El único avance fue la llegada de un prometedor Tyrese Haliburton, llamado a ser estrella. De no ser por su ‘tardía’ explosión, y por el nivel de Anthony Edwards, hubiese ganado el premio al novato del año. Se contentó con integrar el quinteto ideal de los debutantes.
Sin embargo, la 2021-22 volvió a traer cuestionamientos. Walton fue despedido tras arrancar la campaña con un 6-11. Alvin Gentry asumió el rol de coach por el resto de la campaña. El plantel, ahora con otra promesa en Davion Mitchell, tuvo sus transformaciones.
La partida de Haliburton a Indiana Pacers (junto a Buddy Hield y Marvin Bagley III -a quien eligieron sobre Doncic en el Draft 2018-) volvió a traer el ruido que nadie quería. ¿Por qué dejar ir al joven que parecía más comprometido con una situación turbulenta? Sabonis parecía poco a cambio del futuro que proyectaba ser brillante.
Pero justamente Barnes trajo lo que pudo de paz. Ordenó al equipo dentro de la cancha y lo empezó a potenciar con su rol de capitán. Un capitán que terminó de enseñarle a un equipo perdedor a ser uno ganador.
BAJA EN LOS NÚMEROS, LÍDER INNEGOCIABLE
Llegó la 2022-23 y con ella Mike Brown al frente del plantel. Un equipo que dejó ir a Donte DiVincenzo, de paso fugaz en la 21-22, para la llegada de piezas claves. Kevin Huerter, Malik Monk y Trey Lyles fue el tridente de refuerzos sin lugar en otros equipos. También adquirió a otro joven muy prometedor en Keegan Murray, quien estableció un nuevo récord de triples como novato. A partir del orden del nuevo entrenador, como de la mejora ofensiva, llegó el resultado tan ansiado.
Sacramento clasificó a Playoffs porque desarrolló la mejor ofensiva de la liga. Al cabo de 76 partidos alcanzó un rating ofensivo de 119,6 puntos. Ningún otro conjunto anota más que el californiano cada 100 posesiones. Y no es casualidad que juegue a esas 100 posesiones con un pace de 100,4 (la 11° ofensiva más rápida) por encuentro.
¿Y que pasó con Barnes? Fue en contra del sistema y a favor del equipo. Dejó su lugar de tercer máximo anotador al descender su goleo a 15,0 por noche. Fox (25,2), Sabonis (19,1 y 12,4 rebotes) y Huerter (15,4) integran las caras salientes en el rubro. El ex Golden State se enfocó en la defensa, tomando al jugador más difícil de marcar y haciendo una buena labor. Un trabajo que estará lejos de los flashes en la cuarta peor defensiva (118,0 puntos recibidos por noche) de la NBA.
A contramano del fuego ofensivo, asumió la labor de predicar con el ejemplo en defensa. Quiere a un equipo más involucrado en el costado. Más intenso y despierto cuando no tiene la pelota. Sabe que ese es su tendón de Aquiles. Entiende que ese punto los separa de la posición de clasificados a Playoffs a contendientes.
Lejos de mirarlo de reojo, el resto del equipo lo escucha. Porque hay una gran diferencia entre ver y oír que mirar y escuchar. Esta última combinación requiere atención e intención porque se ve una posibilidad de mejora. De él se aprende. Por eso es innegociable para el cuerpo técnico. Harrison Barnes estuvo en la cima del mundo y, a la vez, vivió varios de los momentos más duros de esos 17 años de sequía . Un resiliente que se volvió un líder.